La reina Sofía a sus 82 años

A lo largo de sus 82 años ha sido testigo directo y de excepción de durísimas situaciones por las que pasaron muchos de los miembros de su familia de origen, y también ella misma.

RICARDO MATEOS SÁINZ DE MEDRANO
CREADA. 02-11-2020 | 05:00 H
FUENTE. VANITATIS | Publicación E.C. Vanitatis

Este 2 de noviembre, la reina doña Sofía llega a los 82 años y lo hace, como siempre en su vida, al pie del cañón, incólume frente a los difíciles avatares de la vida, y haciendo lo que siempre ha tenido más claro, y lo que mejor sabe hacer, que es el ser reina sin más. El trabajo es la mejor terapia en los momentos de dificultad. Y esa ha sido su elección y la ha llevado a emprender días atrás una ‘gira solidaria’ que comenzó en Málaga con la limpieza de las playas del Rincón de la Victoria, y continuó con las visitas a los Bancos de Alimentos de Ciudad Real, Albacete, Toledo, Murcia, Gran Canaria y Lanzarote. Esfuerzo, energía, colaboración y estar en donde se ha de estar en momentos de grandes aprietos para todos. Una actitud que dice mucho de su idea determinada del importante papel de acompañamiento y de representación que recae sobre la Corona, y que recuerda a aquella otra de fines de los años 70, cuando ella y don Juan Carlos se echaron sabiamente a la carretera para darse a conocer por toda la geografía española.

Por ello, los torpes y mal intencionados ataques de Corinna Larsen apenas le han movido la laca de su pelo siempre inamovible, su prestigio permanece intacto, y al mal tiempo, esfuerzo y buena cara porque hay que seguir adelante sin dar nada por perdido. Trabajo, compostura y un estoicismo que confía en los frutos futuros de lo que se va sembrando, y una visión de la vida que fue fraguando a lo largo de una existencia que no ha sido un lecho de rosas, pues a lo largo de sus 82 años ha sido testigo directo y de excepción de durísimas situaciones por las que pasaron muchos de los miembros de su familia de origen y también ella misma.

La reina Sofía, en su visita a la sede del Banco de Alimentos de Las Palmas. (Limited Pictures)

Cuando nació en la casa paterna de Psychiko, en Atenas, en noviembre de 1938, el terrible fantasma de la cruenta matanza de los Romanov en Rusia, en 1918, aún sobrevolaba pesadamente sobre su familia, pues los zares y todos los grandes duques y príncipes rusos asesinados eran primos en grados diversos de su padre, el príncipe Pablo de Grecia. La Revolución rusa había dejado una herida profunda en el seno de la realeza europea, y sería la antesala de grandes pruebas posteriores que reyes y príncipes habrían de encarar en años posteriores con la mayor entereza. Lecciones de vida que doña Sofía, hija de una dinastía de corte burgués y poco dada a los lujos por falta de grandes riquezas, supo aprender desde muy niña. Luego, en 1941, llegaron los bombardeos alemanes a las tierras de Grecia, y ella y los suyos hubieron de abandonar Atenas de forma precipitada para refugiarse en Creta, desde donde hubieron de escaparse a Egipto, para pasar después un exilio un tanto precario y de varios años en Sudáfrica, protegidos por su amigo el general Smutts.

La guerra total asolaba Europa y Grecia no era una excepción. El futuro era incierto, su padre viajaba entre Londres y El Cairo, colaborando con las tropas aliadas en la lucha contra Alemania, y entre tanto en Belgrado su tío, el príncipe regente Pablo de Yugoslavia, cuya actuación política solo sería reivindicada y resignificada muchos años después, era expulsado de su país hostigado y acusado de profascista y de colaboracionismo con los nazis, teniendo que buscar también refugio con su familia en Johannesburgo. Años de privaciones y de temores para todos ellos hasta que un plebiscito llevó la monarquía de nuevo a Grecia en 1947.

Juan Carlos y Sofía, junto a los condes de Barcelona y la familia real griega. (Getty)

Pero apenas instalados en Atenas, allí llegó el también exiliado primo Miguel, el rey de Rumania, que acababa de ser expulsado de su país por presiones del Gobierno comunista local manejado desde Moscú. Con sólo diez años, Sofía fue dama de honor en su boda ateniense con la princesa Ana de Borbón-Parma en 1948, y sus oídos de niña escucharon los dolores de aquel primo que, tan solo unos años atrás, había conseguido terminar con el mandato en Bucarest del profascista Ion Antonescu que había disuelto el Parlamento.

La madre de Miguel, la reina Helena de Rumanía, era tía carnal de Sofía y, como ella, una mujer estoica que había sabido encarar calumnias y ataques a su persona, a pesar de haber conseguido salvar la vida de las poblaciones enteras de judíos de la región de Transinia. Princesas educadas para hacer frente a grandes pruebas, pues por aquellos mismos años otra de sus tías, la princesa Irene de Grecia, había conseguido ser liberada en 1945 del campo de concentración alemán de Hirschegg, donde ella y su hijo, el italiano duque de Aosta, habían pasado 10 meses en condiciones muy precarias tras haber sido apresados por las tropas alemanas en tierras de Italia.

La reina Sofía, en el funeral del rey Miguel I de Rumanía. (EFE)

En 1951, Sofía fue enviada a estudiar al internado alemán de Salem, del que era director su tío, el príncipe Jorge Guillermo de Hannover, donde se seguía una línea educativa que formaba sólidamente el carácter. Un lugar donde no había espacio para los caprichos y donde de nada servía ser príncipe o princesa. Una formación de valores firmes y en la que la presencia y el cuidado de la naturaleza jugaban un papel esencial, al igual que el desarrollo de la conciencia de grupo. Entre tanto, ella y su familia había encarado la lucha de la guerrilla comunista extendida por los campos de Grecia, y todos se habían entregado con gran energía en la reconstrucción de un país muy destruido y muy empobrecido por la guerra. Y, cuando ya se comenzaba a poder respirar en los años 60, en España ella y don Juan Carlos tuvieron que saber cómo lidiar con el general, con Franco, para sacar adelante un proyecto para España. Y, en marzo de 1964, su hermano el rey Constantino y su familia tenían que abandonar precipitadamente Atenas, por el intento fallido de él de expulsar del gobierno a la junta militar que se había hecho con el poder mediante un golpe de estado. Experiencias que curten en la vida.

Dicen algunos -cómo lo sabrán, porque doña Sofía es una tumba y nada o muy poco se filtra desde Zarzuela- que la Reina emérita «está desmotivada, no tiene ganas de nada, se siente sola y le cuesta hasta levantarse de la cama». Difícil saber qué es lo que acontece detrás las paredes del palacio, aunque no hay duda de que la Reina también es mujer y es persona que siente y que se duele, pero quienes la conocen bien saben que doña Sofía nunca se identificó con la princesa ñoña que no sabe lo que son la tragedia, la adversidad y las grandes pruebas de la vida. De sus mayores aprendió que a la realeza del siglo XX, y en particular a las familias reales de los Balcanes, poco o nada le fue regalado, y que las cosas hay que trabajarlas y ponerles empeño hasta el final, más allá de a donde finalmente lleve el destino.

Por ello, a sus 82 años, ahí está para lo que haga falta y las penas se las guarda uno para casa, o para el pequeño circuito de los íntimos que, como siempre en su caso, continúa estando compuesto por esos leales que son su hermana, la princesa Irene, y su prima la princesa Tatiana Radziwill y su esposo, el doctor Jean Fruchaud.

La reina Sofía, junto a su hermana Irene. (EFE)

Ricardo Mateos Sáinz de Medrano

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